lunes, 14 de mayo de 2012

Los Alburejos


De vez en cuando, en esta profesión tienes uno de esos días que hacen alegrarte del camino elegido. En una mañana de primavera tuve que acudir por motivos profesionales a la Finca Los Alburejos, al sur de Medina Sidonia y propiedad de D. Álvaro Domecq. Ya en la distancia sonaba bien, prometía una mañana de sensaciones para los sentidos. Aire fresco.
Los Alburejos, en la antigüedad, eran las tierras que los frailes guerreros daban a los campesinos como pago por cuidar de sus propiedades durante sus largas ausencias. También podría significar cosas como algún tipo de tierra o algún movimiento concreto de doma del caballo español o, quizás, alguna parte de la morfología de éstos o del toro bravo... Lo cierto es que es un nombre sugerente. Y creédme, no defrauda. Campo hasta donde la vista alcanza, caballos españoles, toros bravos, alcornoques, encinas, lentiscos y chaparros, son los protagonistas del paisaje.
Sólo añadir que disfrutéis de las fotos y os dejéis llevar por unos instantes a un sitio mágico, donde el tiempo hace mucho que se detuvo. Aunque en el horizonte, a modo de gigantescos molinos quijotescos, algo inquietante acecha, despertándonos del pasado y llevándonos al futuro sin parar en el presente. Eso lo dejaré para el final.



                Es primavera y el campo se descubre el abrigo. Colores olvidados por el invierno












                                              Antonio Domecq, el espectáculo está servido












                  La encina. Fuerte, lenta y benefactora de cobijo y sombra. Más ibérica que el lince












                          Impresionante belleza. Pestañas blancas y corazón noble, que más quieres













                                        La cosa se va poniendo seria, asoma la bravura













                                                                 Aprendiendo













                                                                      Yo te llevaré











 Tiembla el suelo, un ruido atronador llena el paisaje, levanto la vista y en el horizonte una gran nube de polvo avanza hacia mi ¡Ahí están! Los Torrestrella. Quieto, pétreo, casi sin respirar me coloco siguiendo las instrucciones que me había dado Antonio, "cuando vengan los toros, quieto y que no te vean, te puedes colocar en esta esquina o en aquella otra...pero recuerda no moverte para no llamar su atención", parecía exagerar para darle más emoción al momento.




                                                                          Estampida

















                                                                         6 toros 6





















                                                           Formidables Torrestrella



Llegados a este punto. Respiro, hondo, profundo, me lleno de aire, de naturaleza, nervioso y excitado me acuerdo de mi abuelo, Manuel Iglesias Jiménez. Me contaba cómo en los albores de las cámaras fotográficas réflex y con su minolta con óptica 'pata negra' rokkor de la época, le encataba su 135mm f2,8, pasaba días enteros en el campo fotografiando los toros bravos a lomos de algún caballo de raza española, prestado por el ganadero para la ocasión. "Si algún toro se arranca no te preocupes, Manolo, tú sólo agárrate que el caballo ya hará el resto" le decía el mayoral, vamos que el caballo toreaba mejor que Manolete. Cuando te mira un toro lo primero que sientes es un escalofrío que te recorre todo el cuerpo, pareces verle las intenciones, impone mucho respeto, con los cuernos afilados, el rizo en la frente y la mirada seria, muy seria. Lo segundo que sientes es miedo,sí, miedo. Y si ves que el toro por algún sitio de puede dar caza, aunque sea el hueco entre las tablas por donde quepa el cuerno, ya es terror. Y tú te enfrentabas a campo abierto a estos animales ¡Y con un 135mm! (un teleobjetivo corto y para la ocasión más). Qué huevos, abuelo, qué huevos...
Te quiero y te echo de menos.












                         
 La Tradición y el Progreso. Palabras sobadas y manidas ahora obligadas a entenderse. Aún estando acostumbrados a ver los molinos gigantes por nuestros paisajes, siguen asomando amenazantes. Quizás los llamen parques eólicos para desdramatizar, quién sabe. Con esta unión de dos mundos tan alejados me despido. Hasta otra y acordaros de ser felices.